La alimentación tiene horarios: la función de las hormonas
A
la mañana, el cortisol se encarga de subir normalmente el azúcar en la
sangre para enfrentar las exigencias del día. Por eso, mucha gente no
tiene apetito en el desayuno. A medida que pasan las horas, el cortisol
va cayendo y llega a su nivel mínimo a las 19 horas. Por lo cual, no hay
estímulo para mantener la glucosa alta y se produce una intensa
necesidad de comer carbohidratos. En forma paralela, la serotonina
también llega a su mínima expresión a esa hora, lo que potencia la
compulsión. Todo esto ocurre en un cuerpo saludable, pero se agrava con
el estrés o con una enfermedad.
Durante
la mañana, la fisiología nos lleva a comer, en lo posible,
carbohidratos de absorción lenta. A partir del mediodía conviene
evitarlos ingiriendo principalmente proteínas que mantendrán los niveles
de insulina lo más bajo posible. Sucede que cuando comemos
carbohidratos de absorción rápida se produce una estimulación de la
insulina que genera una hipoglucemia y, a las dos horas, vuelve la
necesidad de comer estos hidratos, generando obesidad.
El sentido de la nueva “Dieta de las 19 horas” se basa en romper este círculo vicioso que puede llevarnos a una compulsión por los hidratos a la tardecita. Considerando que a lo largo del día nuestro cuerpo quema energías y combustible como la glucosa y los ácidos grasos del tejido adiposo, es necesario que el alimento que se incorpora desde la mañana sea una fuente directa de esta energía. Por eso, lo ideal es consumir hidratos de absorción lenta que se depositarán en el hígado como glucógeno y grasas buenas con alto contenido de Omega 3. Teniendo estas reservas, cuando disminuya el cortisol en horas vespertinas, se evitará la compulsión que hace que la mayor parte de la gente engorde.
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